María Elba Bedoya: Memorias de una educadora, del “proceso” a la democracia

Reconocida como una docente creativa y de ideas abiertas, fue denunciada, encarcelada y exiliada junto a su compañero, Horacio, por enseñar a sus alumnos obras de Benedetti – Fue madre en cautiverio – Por mucho tiempo fue reticente a hablar, para no afectar sobre todo a personas de su entorno – Pero esta semana, en El Nuevo en Radio, contó por primera vez su historia, la historia de una de las tantas/os trabajadoras/es de la educación, perseguidos por la dictadura

 

El 24 de marzo de 1976 las dos primeras víctimas civiles del denominado “proceso de organización nacional”, a horas de haberse consumado el golpe de Estado, fueron Isauro Arancibia y su hermano Arturo, acribillados por una patota civil y policial en Tucumán. Isauro fue uno de los fundadores y primer secretario general adjunto de la CTERA, activista por los derechos humanos, sindicalista, y maestro rural. Como su hermano.

“No fue casualidad que fueran trabajadores de la educación: empezaron por donde debían empezar, porque cuando vas a los que se desempeñan en la formación, a los que educan, y los que están comprometidos, es donde se ataca para meter miedo y que no ayuden a pensar. Porque uno lo que busca en la educación es que se piense por uno mismo, no que otros piensen por uno, lo cual en ese momento era tomado como muy peligroso”, dice a ese respecto María Elba Bedoya.

Y sabe de lo que habla, porque fue una de las tantas trabajadoras y trabajadores de la educación que, a poco de instalarse la dictadura cívico-militar del “proceso”, comenzaron a sentir el peso invisible y sombrío de la persecución.

Reconocida como una docente creativa y de ideas abiertas, fue denunciada, encarcelada y obligada a exiliarse en España junto a su compañero, Horacio Ferrero, por enseñar a sus alumnos obras de Benedetti. Fue madre en cautiverio, aunque pudo entregar a su hijo a su abuela, que lo llevó a España. Por mucho tiempo fue reticente a hablar, para no afectar sobre todo a personas de su entorno. Pero esta semana, en El Nuevo en Radio, contó por primera vez su historia. La historia de una docente, desde la dictadura del “proceso”, a la democracia.

-Nunca fuíste proclive a hablar de lo que pasaron…

-Fui un blanco de la dictadura, una historia que hoy creo tenerla asumida, puedo hablar; pero lo hago en círculos muy pequeños, sobre todo con mis amigos, aunque sé que todavía impacta en mi familia. Por ejemplo en mi hijo mayor, al que le cuesta socializar, le cuesta integrarse, producto de que él nació en cautiverio. De allí que, cuando surge este tema, me dice inmediatamente que cambiemos de conversación. Cuando hemos ido juntos a los actos del 24 de marzo lo he visto llorar y una madre nunca quiere que su hizo llore y entonces trato de evitar el tema. Sé que todo paso hace tiempo, e incluso en algunas ocasiones lo suele mencionar, pero le hace mal. También mi psicóloga me ha dicho que lo mejor es que no lo haga, y también por mí, porque más allá que ahora todo puede haber quedado totalmente asimilado, la realidad es que fue muy doloroso lo que pasamos.

-¿Por qué la docencia?

-Me definió una maestra que tuve en la primaria, que un día me dijo, como era muy charlatana, que me pusiera a explicar tal tema ante la clase. Era Margarita Bancini Verdún. Además me dijo que tenía mucha pasta de docente, con lo cual con el tiempo comencé la carrera, y me encantó. F, fui de las que era bastante exigente. Días atrás, uno de los chicos que está dando el curso con Ezequiel Evangelista (un taller de lectura sobre Carlos Terán), recordaba que yo traía materiales de la Universidad de La Plata para enseñarles y que luego fuesen preparados a la universidad. Eso se lo debo a Alberto Pérez, que era la persona que me decía que les enseñara a los alumnos tal y tal cosa. Trataba de ser exigente, pero a la vez trabajaba con mucho gusto con los chicos. Los veía que se preocupaban y eso más me entusiasmaba porque quería que fueran creativos, que tuvieran un pensamiento propio, que no le copiaran a nadie, que pudieran hablar, que se pudieran defender en la vida, todas cuestiones que hicieron que me costara jubilarme de la docencia, hasta que un día dije que todo había terminado… Mi formación docente la transcurrí en mi querida Escuela “Nicolás Avellaneda”, la cual considero, a pesar de los errores que pueden cometerse, que es la mejor. Después continué en el Instituto del Profesorado de Junín, porque mi papá era lechero y mi mamá modista, y ellos no podían pagarme la universidad. Empecé porque en principio me gustaba mucho la filosofía y después me empezó a atraer la psicología, así que me dediqué a ella en cuerpo y alma. A su vez tenía la pasión de armar proyectos, presentaciones teatrales, nunca fui de estar quieta.

-¿Tu primer destino?

-Mi primer destino docente fue la Escuela Avellaneda. Después, en este mismo lugar en el que estamos ahora, fui asistente vocacional del Jardín de Infantes Nro. 1. Cuando me tocó reincorporarme a las actividades lo hice en Rafael Obligado. Me tuvieron que reincorporar porque al ir presa me echaron, aunque la realidad es que no quería volver, porque estaba muy bien en España, aunque lo que sucedía allá era que no tenía un trabajo físico, allí daba inglés, que no era para nada lo mío, aunque tenía una gran cantidad de alumnos, en tanto a mi esposo le costaba un montón conseguir trabajo, porque en ese entonces los títulos terciarios como el mío o la tecnicatura que él tenía no eran reconocidas allá. Por eso tuvimos que trabajar de lo que se podía. Fueron años muy duros. De hecho tuvimos que vender todo lo que teníamos para poder vivir allá y empezar de nuevo una vez que volvimos, así que se produjo la reincorporación a la escuela, donde me encontré con quienes me saludaban con gran alegría y estaban contentísimos, pero nunca me voy a olvidar de un alumno que se dio a conocer y cuyo papá aparecía como uno de mis denunciantes. Él, en ese primer día de clases me dijo “yo soy yo; lo que pasó con mi papá es otra cosa. Te respeto, te admiro y voy a ser tu alumno. Quiero ser un buen alumno y que estés contento conmigo”. Es al día de hoy que nos vemos y nos seguimos hablando.

-¿Por qué te denunciaron?

-Me denunciaron porque consideraron que, como yo trabajaba obras de Benedetti, de esa manera estaba concientizando a los chicos hacia la izquierda, hacia los zurdos, como ellos decían. Y a su vez porque en una oportunidad una de las alumnas me pidió que la acercara hasta lo de Ghisardi (reconocido dirigente del peronismo), así que la llevé, totalmente ajena a la situación, y ahí parece que salió otra denuncia de que llevaba gente a esas reuniones. Recuerdo que fuimos a ver un partido de Sportivo, nos llevó el chico de Solmi hasta mi casa, y apareció el ejército, me buscaban a mí. Y yo, creyendo que era para hacer alguna declaración, le dije a mi marido que me acompañara, lo cual fue un error garrafal… Primero me llevaron a la comisaría de acá y luego a San Nicolás, que fue el primer destino, y después a Olmos.

-¿De qué te acusaban?

-No había acusación, siempre estuve a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, pero no tenía ninguna acusación leída ni que me hubiesen dicho. Pero cuando vi la cantidad de docentes que había encerrados me cayeron todas las fichas. Lo mismo que le pasó a Delia. Por suerte Delia pudo salir antes, porque a ella la habían acusado de que me había apoyado en mi trabajo, cuando la realidad es que ella daba plena libertad para trabajar y en mi caso nunca me quedaba con lo que me decía el programa, sino que siempre busqué profundizar, abrir la cabeza de los chicos, que en realidad es lo que busca una educadora.

-¿Tenías contacto en el penal de San Nicolás con Horacio?

-No, solo lo pude ver una sola vez y me dio risa porque nosotros no creíamos ni creemos mucho en la religión, pero una vez en misa apareció como monaguillo, así que fue una situación fue un tanto cómica, además que se sumaba la alegría de poder verlo. Después de eso, a él lo llevaron a Sierra Chica y a mi a Olmos, donde estábamos aislados de la población carcelaria común. En mi caso me tocó estar desde el ‘76 hasta mediados del ’77, cuando me dieron la salida del país”.

-Fuiste mamá en cautiverio…

-No sufrí ningún tipo de apremio ilegal ni maltrato físico, aunque contacto con familiares teníamos nada más que los días de visita, y a mi hijo me lo sacaron a los seis meses, porque cuando me llevaron estaba embarazada. En ese momento mi hijo tuvo el primer desapego, y su mamá pasó a ser su abuela, que fue quien lo llevó a España, que fue su segundo despego. Por el lado de Horacio, se entera de que fue papá en Sierra Chica, y lo hace porque primero se entera mi mamá, que a su vez le comenta a la suya, que viaja y se lo comunica.

-¿Considerás que todavía hay pendiente un proceso de memoria, verdad y justicia en Rojas, respecto de nuestra propia historia durante la dictadura?

-En Rojas hubo complicidades civiles con el proceso. De hecho ningún movimiento dictatorial o como se le quiera llamar se da sin complicidad civil; la complicidad civil está siempre, empezando por lo económico. Después ellos buscan otros cómplices, que son los que van señalando. Fueron épocas de muchas amenazas. Nunca se ha hablado de todo esto en Rojas, lamentablemente. Justo lo estábamos comentando en estos días en el curso que está dando Ezequiel Evangelista, y se dio porque teníamos una posición encontrada Alberto Cueto y yo, contraria a la de Ezequiel, que justamente nos decía que no sabía que nosotros teníamos una posición contraria porque nunca la habíamos mencionado, y es cierto. No se ha hecho justicia en algunos aspectos y no se ha hablado lo suficiente. Tampoco digo de comenzar a denunciar, porque cada uno ya lo tiene en su conciencia.

-¿Supiste quién o quiénes te denunciaron?

-Supe de donde venían las denuncias hacia mi persona. Había de compañeros de clase… Es lamentable, pero es así. Y fueron los mismos que durante un tiempo, cuando volvimos, tuvo de alumnos a mis hijos. Había gente que estaba en la política, gente de Rafael Obligado que era directiva de la escuela. Y no eran solamente denuncias hacia mí, sino que había otras docentes más, aunque algunas de ellas tuvieron la suerte de zafar. Lo que siguió a todo esto fue un manto de silencio, donde nadie habló más, ni nadie se jugó a hacer cosas distintas hasta que no terminó el proceso.

-¿Te obligan a exiliarte primero a vos?

-Me dan primero la salida del país hacia España, para lo cual mis padres tuvieron que empezar a vender cosas para pagar el pasaje. Allí llego a Cuntis, que es una pequeña ciudad de Pontevedra, donde tenía una tía abuela. Es un lugar que no me lo voy a olvidar jamás, porque cuando llegué sentía ruidos raros cada vez que iba al baño, y me decían que recién lo habían hecho, pero que a su vez debajo tenían la vaca, porque era la zona rural de España, donde el ganado vivía debajo de las casas, en los hórreos. Una vez en España comencé a viajar a Vigo en busca de trabajo y primero no conseguía. Después ya le dieron la salida del país a mi marido, lo fui a buscar a Madrid y nos fuimos directamente a Vigo. Mientras tanto en Rojas habían vendido nuestra casa y con eso pudimos pagar el alquiler y empezar a buscar trabajo.

-¿Cómo se dio la opción de salir del país?

-En mi caso, se da un día en el cual viene alguien a hablar conmigo, alguien que no sé quién era, que me dijo que había analizado mi caso y como veía que no había ningún signo de culpabilidad me iban a dar la salida del país, o sea que hubo un juicio sumario, con una justicia sumaria, lo más antidemocrático que vi en mi vida. En ese momento me surgieron muchas preguntas. La primera era cómo pagar el viaje. Entonces lo primero que se me ocurrió decirle a mi mamá cuando la llamé es que pusieran en venta nuestra casa, y así fue. Mientras tanto los ayudó mucha gente, porque también hubo gente que se la jugó para estar con ellos, acompañarlos. Nunca me voy a olvidar del Pibe Pérez y su señora que siempre estuvieron al lado, de mis amigas, que hasta le llevaban regalos para Mauro. Una vez que se vendió la casa tuvimos el dinero para alquilar allá, hasta que pude ir metiéndome en las clases de inglés. Tuve muchos alumnos porque vivía frente a los jesuitas, que por otro lado me iban a pedir coima y les dije que no. De todos modos seguí teniendo trabajo casi todo el día. Mientras tanto mi marido se ocupaba de la crianza de Mauro. La peleábamos como podíamos para que nos entrara dinero. Horacio había empezado a trabajar en el arreglo de cocinas, y así vivimos durante siete años, hasta que en Argentina se produjo el retorno de la democracia y empezamos a organizar la vuelta.

 

EL EXILIO Y LA VUELTA

“En el exilio, al principio sobrevivís. Después te vas integrando con la gente cercana. Me tocó ir a Vigo, un lugar al que luego regresé y hoy es una ciudad totalmente diferente. Sin embargo, fui al lugar donde tenía la casa para ver si estaban los vecinos de arriba, que era con los que siempre charlaba y compartíamos comidas. Toqué timbre y dije “soy María Elba, de Argentina”. Se hizo un gran silencio del otro lado, hasta que alguien dice ‘Maruca, que así se llamaba la vecina, te busca una tal María Elba, de Argentina’, y allí la respuesta fue ‘¡pues abre hombre…!’, y cuando me vio empezó a llorar y yo con ellos. Fue ya cuando mi marido había fallecido. Volvimos a la Argentina en junio de 1984. No seguíamos tanto las informaciones que llegaban desde acá, pero sí mi mamá nos comunicó que había ganado Alfonsín y que podíamos volver. Pero nos decía que si no lo queríamos hacer que no volviésemos, y mi marido quería volver sí o sí, así que nos largamos y nos vinimos, sabiendo los dos que teníamos las reincorporaciones aseguradas. Ellos, mis padres, estaban enojados por lo que nos había pasado, no con nosotros, sino que estaban muy molestos con la situación que nos había tocado vivir, y más con quienes les habían dado vuelta la cara, los que cambiaban de vereda cuando los veían. Cuando nosotros estábamos allá falleció el papá de Horacio y mi mamá me contaba que andaba gente mirando a ver si estábamos nosotros. Ellos sufrieron mucho porque se sentían aislados, incluso los amenazaban. Por ejemplo Alejandro Pérez, que es el padrino de uno de mis hijos, recibía constantes amenazas cuando nos decidimos regresar, o sea que todavía existían algunas cosas»,

 

UN DÍA EN LA VIDA

“Me costaba convivir con la chatura con que me encontré en Rojas cuando volví, hasta que poco me fui integrando una vez más, reinicié mi vida y ahora tengo mis amistades, aunque sigo pensando en irme a vivir a La Plata para estar más cerca de mis hijos. Un día a día mío es muy intenso, hago inglés, filosofía, italiano, yoga, pilates, ando tomando café por los bares y tengo una perra hermosa (…) Si vuelvo atrás en los años no tengo dudas que le volvería a mostrar Benedetti a mis alumnos, esas convicciones no las cambio por nada. No sé si me siento más sabia después de tanta vida recorrida, pero me siento más segura en cuanto no darle importancia a cosas que no la tienen y trato de evitar dar consejos, porque nunca fue mi estilo. Me siento más en paz conmigo misma. No me culpo absolutamente de nada porque considero que dí hasta donde yo daba, porque no tenía valor para ir a enfrentar a nadie con las armas, ni meterme en algún grupo político. Del trabajo de docente extraño la posibilidad de brindar espacios para que los alumnos sean creativos, me gustaba muchas veces hacerlos discutir, e incluso he tenido agarradas con alumnos (risas)… Y recuerdo que algunos alumnos del terciario se sorprendían con lo que les daba, pero les di un libro en contra del peronismo cuando ellos eran la mayoría peronistas, pero era porque querían que miraran el otro lado, y me parece que eso es lo que está faltando hoy en día: dar una mirada y la otra, para que cada uno forme su opinión y la defienda, que los chicos piensen por si mismos. Creo que con la mayoría lo he logrado, y por eso me siento más que satisfecha».

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