Luis Alberto Minadeo, una vida en el periodismo, y la vida por la familia

Nuestro querido amigo y compañero dejó de existir en su domicilio de calle Frías, a los 80 años, acompañado de los suyos, tras una larga y dura enfermedad – Con Luis Minadeo se va para siempre una parte sustancial de la historia del periodismo de Rojas, historia de la que comenzó a ser parte siendo un niño

 

El pasado lunes 07 de agosto, en horas de la mañana, en su viejo domicilio de calle General Frías, rodeado de los suyos, fallecía a la edad de 80 años, nuestro querido maestro, compañero de trabajo y amigo Luis Alberto Minadeo, tras una larga y dura enfermedad.

Había nacido un 18 de diciembre de 1942, en el hogar conformado por Antonio María Minadeo y Magdalena Membriani. Le sobrevive su hermano menor, Antonio.

Luis perdió a su padre cuando era aún muy pequeño. La situación económica no era fácil para la pequeña familia (nunca lo había sido, tampoco), pero esto hizo que muy pronto, cuando apenas contaba seis años de edad, Luis tuvo que ponerse a trabajar en lo que pudiera para contribuir al sustento diario, desde ayudar a su madre, costurera, hasta ingresar como canilla al viejo diario La Voz de Rojas. El histórico director de La Voz, Carlos Alberto Rodríguez, lo adoptó prácticamente como a un hijo. Y allí Luis comenzó su carrera periodística porque, en fin, de canilla pasó al taller y del taller a la fotografía y, sin dejar de lado ninguna de esas tareas (porque siguió tanto repartiendo diarios, como sacando y revelando fotos, e imprimiendo, durante toda su vida), ya mostraba su conocimiento de la calle y del pulso de la ciudad y de los ciudadanos, detentando un fino y agudo manejo de la información. Por dónde iba la noticia, vamos, y cómo tratarla, que es más importante aún.

Lógicamente, además de su actividad laboral, no puede dejar de mencionarse y de hecho debe ser resaltada en párrafo aparte, la pertenencia de Luis al Movimiento Nacional Justicialista. Fue un militante de los de antes, desde el llano total y a veces desde el anonimato, sin perseguir jamás un cargo partidario o electivo. Y, también en este mismo párrafo especial, hay que destacar que su conocida y reconocida pertenencia política no le privó jamás de tener amigos en todos los sectores y espacios.

Ya era, para esos momentos, parte sustancial de La Voz de Rojas; de hecho, ya con claras responsabilidades de nivel gerencial, cuando no ejecutivas, directamente; porque si bien la estructura estaba bien equilibrada en La Voz, con responsables específicos en redacción, impresión, taller, etc., Luis era parte central en toda y cada una de las tomas de decisión, fuesen empresariales o editoriales.

La Voz de Rojas llegó a ser el diario más importante de una amplia región, con venta asegurada de miles de ejemplares entre Rojas, Salto, Ascensión, Arribeños, Colón, Arenales: una tarea enorme en cuanto a gestión de distribución y llegada de aquella histórica La Voz Regional, contexto en el cual Luis fue clave recorriendo de manera incansable ciudades, localidades y parajes, generando contactos y relaciones de gran valor.

Si bien la empresa había pasado sofocones, despelotes y catástrofes de todo tipo (Luis fue testigo de todas y cada uno de ellas), en determinado momento las cosas se complicaron al punto de ruptura. Acaso contar toda la historia de lo que realmente pasó (quien suscribe estas líneas fue testigo directo, además de los responsables de nuestra empresa), hoy pueda resultar interesante desde lo anecdótico. Pero en realidad no aportaría nada de valor. Baste decir que, a la muerte de Arturo Félix Rodríguez, su testamento reconocía una participación por determinado porcentaje en las acciones de la empresa (Editorial Rodríguez Hermanos) a los empleados históricos de La Voz, entre ellos Luis, lo cual les daba a su vez voz en el directorio, junto con los otros miembros de la familia. Surgieron divergencias y se generaron conflictos internos, algunos de ellos de relativa gravedad, todo hay que decirlo, lo cual devino a la sazón en el apartamiento de los “históricos” de La Voz (insistimos, entre ellos Luis), para fundar por su lado la flamante Editorial El Paraíso e iniciar la publicación del diario El Diario. Este fue un producto de singular calidad para la época, un medio escrito de gran nivel para un pueblo como el nuestro, que dejó un archivo de respetable calidad editorial por la cantidad y calidad de material generado en lo que fue, lamentablemente, una vida relatívamente corta para un diario, apenas once años. El cierre de El Diario, del cual había sido el gran motor, con un despliegue personal que ahora casi duplicaba lo que había hecho antes, fue un duro golpe para Luis.

Tras el recuento de daños, digámosle así, Luis le pasó la posta a Darío, su hijo mayor, como él, obviamente, también prácticamente criado en una imprenta. De hecho, Darío ya había desempeñado tareas en El Diario, desde la gestión publicitaria de la empresa, pasando por coberturas periodísticas de gran magnitud, como las de los Juegos Deportivos Bonaerenses (antes de la era digital, aclaramos). Fue cuando surge el proyecto que hoy es El Nuevo Diario Rojense, que además actualmente incluye a Radiodifusora Rojas, decana de la radiofonía local.

Pero, por supuesto, como siempre recuerda Darío al respecto de los inicios de El Nuevo, “todo lo que nos podía pasar, nos pasó”. Porque no fue nada fácil. Además, ya mostrando una situación que hoy se agudiza como nunca, quedaban entonces y hoy ya no, pocos periodistas, diagramadores, impresores y demás capaces de elaborar un medio escrito diario. Pero El Nuevo despegó y levantó vuelo. Y en todo ese proceso, hasta el último día (porque sí, el Lucho anduvo por acá, poquito antes de su partida final, Luis fue esencial: fue (otra vez) uno más y, aunque ya liberado de tareas de dirección general, seguía dando una mano donde se necesitaba y, sobre todo, aportando sabiduría y serenidad ante cualquier contingencia.

Por esas épocas, a poco de haberse instalado El Nuevo en su primer local, en calle Dorrego, Darío recuerda que su padre era diagnosticado con Mal de Parkinson. “A veces se dice que grandes golpes causan grandes enfermedades, y a mí me parece que es así”, reflexiona, ya que nunca ocultó su convicción de que la traumática disolución de Editorial El Paraíso fue un golpe muy duro para su padre.

El racconto de las distintas etapas de la dura y cruel enfermedad que Luis aguantó con guapeza durante más de diez años es patrimonio de su familia. Pero en ese sentido Darío no deja de destacar el rol fundamental que cumplió Nilda, su madre, la eterna compañera de Luis, que estuvo junto a su padre en todo momento del complicado proceso, sin bajar nunca los brazos.

Pero esa, como diría Darío, es la parte que si bien no se olvida, es la que debe compensarse con el recuerdo de lo bueno, de la alegría de que su padre pueda haber disfrutado no sólo a sus hijos, sino a sus nietos y hasta a sus bisnietos.

Luis tuvo en Nilda Norma Montero a su fiel compañera y a la madre de sus hijos, Darío y Adrián. Darío y su esposa, Mara Ines Doménica, le dieron a sus nietos Luis Manuel Minadeo; Augusto (que con su compa, Camila Biale, le dio su bisnieta Rufina); Lucas (que en unión con Ornela Barceló le regaló a Lorenzo, su primer bisnieto); y Camila (que junto a su compa Mauricio Boveri le regaló a Celestino, su segundo bisnieto). Adrián, en su unión con Cecilia Ruggeri, le dio a sus nietas, Isabel y Violeta.

Fue su hermano Antonio Juan Minadeo, quien, en unión con Marta Elena García le dio su única sobrina, María Marta Minadeo. Completaba su entorno familiar su cuñado, Atilio Agustín Montero, la esposa de éste, Elda Simone; sus hijos, Ely Montero y Gaston Quintero, y sus nietos Alondra y Agustina Montero, y Airton Ravichon.

Sus exequias, cumplimentadas este miércoles 9, demostraron cabalmente lo que Luis cosechó a lo largo de su vida como hombre y como periodista: sería casi imposible mencionar a quienes pasaron a tributarle a Luis su saludo final. Desde autoridades legislativas a municipales, referentes de todos los espacios políticos e institucionales de la ciudad y, por supuesto, amigos y afectos cosechados a lo largo de tantos años. En ese sentido, sus hijos, Darío y Adrián, así como el resto del entorno familiar, expresan su público agradecimiento por tantas muestras de afecto y solidaridad recibidos.

 

UNA DE TANTAS…

Quien esto suscribe, como es de público conocimiento, compartió casi la mayor parte de su vida periodística profesional con Luis Alberto Minadeo, a excepción de un breve lapso intermedio, y lógicamente salvando también los últimos años, en los que Luis ya estaba retirado de la actividad. En resumidas cuentas, una bocha de años; no menos de treinta, y acaso más. Esto implica un enorme corpus de andanzas periodísticas, que confluyen obviamente en una infinidad de anécdotas compartidas. Una de ellas es de muy grato y divertido recuerdo para mí en lo personal, y es la siguiente: Una tarde de domingo estábamos cubriendo un partido de fútbol en cancha de Argentino. No recuerdo qué se jugaba ni por qué, pero sí que el local enfrentaba a un equipo de afuera. No me pregunten cuál. Pero el punto es que en un momento del partido, sale una pelota rápida desde el fondo de Argentino, que le llega limpita al nueve (no me pidan tampoco que recuerde los nombres de los jugadores, caramba), que sale rápido en contrataque advirtiendo que la defensa rival quedaba malparada. El ataque iba hacia el arco situado hacia la derecha de la sede social, por así decir. Y el nueve, viendo bien la jugada, la abre para el siete, obviamente esperando recibir la devolución de este hacia adentro ya que iba quedar mano a mano con el arquero… pero el siete se había dormido, y el nueve no lo encontró donde esperaba. Héte aquí que, justo cuando el público veía que el puntero no llegaba, por ese lateral venía caminando, a la distancia exacta, nada menos que Luis Minadeo. Que viendo que el puntero no iba a llegar, se aproximó a la raya desde el lado de afuera y, justito antes de que la pelota se fuese, le pegó de zurda con el empeine para concretar la jugada que el nueve ya pensaba que no iba a darse nunca. Y se la puso en los pies, eh. No sé si alguien recuerda que el árbitro le sacó la roja y, matándose de risa, Luis se fue de la cancha no sin antes dejarme la máquina fotográfica.

No sé si alguien más recuerda esto. Y acaso, vean lo que les digo, pude haberlo imaginado. ¿Por qué no? Tal vez quise tener en el recuerdo, real o fabricado, una imagen que a mí siempre me gustó mucho, y era ver a mi viejo compañero cuando se reía, por alguna travesura, de las tantas que poblaron su vida, pero siempre sin maldad. Porque todo hay que decirlo, y lo digo yo, que compartí muchos años con Luis: era raro que te aburrieras con él. Como esta de aquel partido en Argentino (que sí fue real, che; el párrafo anterior era una licencia poética, o algo así). Con los pies en la tierra, siempre con las humildad de sus orígenes como bandera, y con el peronismo a flor de piel, Luis, más que serio, siempre, en las cuestiones importantes de verdad, era sin embargo alguien que supo siempre afrontar las cosas más por el lado de la risa que del llanto o el enojo. Y lo transmitía en todos los espacios de trabajo periodístico de los que participó; inclusive, y hay testigos, con su sóla presencia se generaba un clima positivo de laburo. Ojo, de laburo. Con chistes y jodas, en todo momento y de forma permanente. Pero de laburo. Porque el viejo empezó a agachar el lomo a los seis años. Y nunca perdió la sonrisa. (hm)

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