La esperada promulgación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) reactualiza un tema de larga data.
Verónica, quien finalmente pudo ingresar al Hospital Italiano y ejercer como traumatóloga sin ese “filtro” inicial. Hoy, con 20 años de trayectoria, dice haberse encontrado con pacientes que admitían que operarse con hombres les daba más seguridad. Y rememora casos en los que la persona a punto de ser intervenida preguntaba “¿dónde está el doctor?”, sin siquiera pensar que podía tratarse de una mujer.
Una antigua asimetría
Según la publicación “Género en el sector salud”, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Traumatología es una de las especialidades con mayor participación de hombres. Al igual que otras altamente masculinizadas, como urología, cirugía y ortopedia, tiene mayor remuneración de ingresos que especializaciones más “feminizadas”, como obstetricia y dermatología.
La publicación del PNUD es contundente. Señala que, en medicina, “los varones ocupan la mayoría de los cargos de jerarquía” y que las residencias médicas (necesarias para ser especialista y ascender en la carrera) suelen coincidir con la etapa reproductiva de las mujeres, lo cual produce tensiones para conciliar la vida laboral con el hogar.
¿El resultado? Si bien actualmente en Medicina se gradúan más mujeres que hombres, son ellas quienes se especializan en menor proporción. Pero no solamente las médicas sufren la violencia machista; también las padecen pacientes.
Las desigualdades de género crean desigualdades en salud en muchos otros sentidos. Según la Organización Mundial de la Salud, las mujeres pagan entre 19 y 40 por ciento más de atención en salud, viven más años, tienen más necesidades de salud insatisfechas y hacen más cuidados no remunerados que los hombres (como ocuparse de bebés, niños y adultos mayores).
Violencias silenciadas
En Argentina, el 13% de los nacimientos proviene de madres adolescentes y se calcula que 7 de cada 10 embarazos en esa etapa de la vida no son buscados. Allí hay un punto clave. En la maternidad las mujeres nos jugamos la vida.
No sólo por los abortos clandestinos, que finalmente ahora podremos dejar atrás de una vez por todas, sino porque cuando decidimos ser madres, en la sala de partos nos jugamos también la integridad y la dignidad. Sí, la violencia obstétrica puede noquear y dejar marcas psíquicas mucho más profundas e indelebles que una cicatriz de cesárea.
Pero esa violencia es un aspecto silenciado de la práctica médica. De hecho, no hay cifras oficiales. Según un relevamiento del Observatorio de Violencia de Género, a 7 de cada 10 mujeres que tuvieron partos entre 2015 y 2018 les rompieron artificialmente la bolsa a pesar de que esa es una maniobra que no ha demostrado tener beneficios y conlleva riesgos.
Además, un 74% de las encuestadas reportó haber sufrido maltrato verbal y/o físico de parte del equipo médico.
“Callate. Si no dejás de gritar te duermo por completo”. “Si tanto te duele, lo hubieras pensado antes”. “Las piernas van acá arriba y dejalas quietas, sino te atamos las manos también” son algunos de los improperios y denigraciones que recoge el libro Salud feminista, publicado en 2019 por Editorial Tinta Limón.
Julieta Saulo, autora de un capítulo y fundadora de la agrupación Las Casildas, señala que la violencia obstétrica es mucho más que un tema de dramáticos índices de “cortes” (gran cantidad de episiotomías), del excesivo uso de fármacos (por los partos medicalizados) y de intervenciones injustificadas (como tactos vaginales innecesarios).
“No es un problema médico ni científico, sino que se trata de un asunto cultural y político. Lo que sucede durante la atención obstétrica dominante (anticoncepción, embarazo, situaciones de aborto, partos/cesáreas y postpartos) no es otra cosa que el reflejo de una realidad a la que las mujeres se ven expuestas cotidianamente, pero con el volumen rozando el máximo”, escribe.
Según Saulo, no nacemos fuera de contexto y “la violencia que sufrimos en esos procesos está íntimamente relacionada con el resto de los hechos de violencia machista a los que las mujeres nos vemos cotidiana y sistemáticamente expuestas”.