Con Larreta candidato, empieza la batalla por el liderazgo opositor

Los tiempos están cambiando. En 2015, poco antes de convertirse en presidente, Mauricio Macri cerró su campaña electoral en Jujuy. Le había gustado eso del homenaje a la Madre Tierra y celebrar a la Pachamama. El gobernador Gerardo Morales lo había iniciado en el rito ancestral y cada vez que pudo volvió para agradecerle a los dioses, o para pedirle algo nuevo.

Por Fernando González

Diez veces estuvo como presidente en la provincia y la última fue para la campaña por la reelección en 2019. Pero esta vez la Pachamama no pudo concederle el deseo de quedarse en el poder cuatro años más. Con el pasar de los años, hasta la buena relación que había tenido siempre con el radical Morales también tomó un poco de distancia. Ya lo había dicho Bob Dylan en la década del sesenta. El que ahora es el primero, será después el último. Y es porque los tiempos están cambiando.

Será por eso que este fin de semana a quien le tocó estar en la provincia de la Pachamama fue a Horacio Rodríguez Larreta. El jefe del gobierno porteño llegó hasta Purmamarca con su pareja, la rubia Milagros Maylin, y se calzó un sombrero de colores para el festejo del Carnaval. Vestía una remera con un dibujo del diablito al que los jujeños desentierran cada año. Al lado estaba Morales, y su esposa Tulia. Pero lo que parecía una simple fiesta de pueblo, arrastraba también una poderosa alianza política.

Rodríguez Larreta, uno de los dirigentes más importantes del PRO que fundó Macri, ha profundizado un vínculo político con los sectores de la UCR que lidera el jujeño Morales, y con la Coalición Cívica de Elisa Carrió. Esa es la base de sustentación con la que pretende enfrentar a Patricia Bullrich, a Facundo Manes y, de ser necesario, al mismo Macri para dirimir quién de ellos será el candidato presidencial de Juntos por el Cambio.

Nadie lo dice abiertamente, pero quien gane esa batalla se convertirá inevitablemente en el líder de la coalición que quiere volver a ser gobierno. Falta solamente que Macri defina si va a ser un observador de la contienda para ver quien se afianza como su heredero. O si se meterá para volver a competir y retrasar como sea el recambio generacional. Hasta ahora, mantiene el secreto y deriva discretamente a algunos de los dirigentes que lo acompañan para que la ayuden a Bullrich.

Esa es una de las razones que llevaron a Rodríguez Larreta a acelerar sus planes. Esta semana, posiblemente el jueves, lanzará su candidatura presidencial. Varios de los dirigentes que lo acompañan en todo el país están grabando videos que se harán virales en las redes sociales. Allí le dirán a las cámaras de sus teléfonos celulares cuáles son las razones por las que creen que los argentinos deben votar el proyecto del ahora sí, candidato.

“Y si Mauricio quiere ser candidato a presidente, que compita en las PASO y nos gane”, escupe uno de los principales colaboradores de Rodríguez Larreta. Pero la verdad es que preferiría que esa circunstancia no ocurra. La participación de Macri en la interna de Juntos por el Cambio haría estallar la coalición en pedazos. Sobre todo por el lado de los radicales.

Está claro que Rodríguez Larreta es el candidato preferido en ciertos círculos del poder. Mantiene una buena relación con la mayoría de los empresarios argentinos; ha desarrollado vínculos con los países importantes para la Argentina (EEUU, Brasil, España e Israel, solo por citar los más relevantes) y también ha emitido señales de futuros acuerdos tanto a sus adversarios internos, como a varios de sus adversarios del peronismo.

En Jujuy, por ejemplo, hubo un participante del Carnaval al que muchos no reconocieron. Junto a Rodríguez Larreta y a Morales, vestido con la misma remera y el diablito sobre el pecho, estaba el embajador de Estados Unidos, Marc Stanley. El también se dispuso a desenterrar las tentaciones por una semana. La Puna, el cerro de los siete colores y el valor estratégico del litio pueden lograr ese tipo de milagros hasta en el trópico de Capricornio.

En cada charla, en cada exposición de campaña, Rodríguez Larreta repite su idea de lograr un respaldo de entre el 60 y el 70% para llevar adelante sus proyectos presidenciales. Cree en un gran acuerdo programático mucho más que en aplastar a los que están del otro lado de la grieta política. No es un concepto que entusiasme demasiado en estos tiempos de confrontación.

Quizás por eso, Patricia Bullrich ha mejorado en varias de las principales encuestas que miden el (mal) humor electoral de los argentinos. En las PASO, donde los votantes tienen que elegir a los candidatos presidenciales de cada frente político, suele prevalecer el enojo por la crisis económica frente a los proyectos de gobierno de mediano plazo. Ese parece ser el principal escollo para Rodríguez Larreta. Le quedan seis meses para superarlo.

En los últimos días de diciembre, Rodríguez Larreta tomó una decisión para que el establishment se enterara que su decisión era irreversible. Levantó el teléfono y lo llamó a Martín Redrado.

Rodríguez Larreta y Redrado venían hablando desde hacía tiempo. Y el economista había quedado en sumarse en febrero, pero los tiempos se aceleraron. Se dejó sacar una foto con las otras dos incorporaciones (Silvia Lospennato y Waldo Wolff) y se fue de vacaciones. Ahora ya está de regreso e instalado en una oficina de la sede de la calle Uspallata, estudiando temas de economía internacional y llamando a sus muchos y buenos contactos en Washington y en otras capitales financieras.

El ingreso de Redrado al elenco larretista se tradujo como una señal de que la cosa iba en serio. El economista trabaja en sintonía con el secretario de Relaciones Internacionales porteño, Fernando Straface, y se mantiene a prudente distancia de los temas sensibles de la economía de cabotaje. Es indudable que su presencia provoca ruidos en el equipo de economistas que lidera Hernán Lacunza, candidato a ministro junto a Carlos Melconian, si el proyecto presidencial de Larreta llegara a buen puerto.

Claro que el lanzamiento de Rodríguez Larreta acelera, además de a sus eventuales adversarios, a resolver los conflictos que Juntos por el Cambio tiene en los grandes y pequeños distritos del interior del país. Después de desenterrar el diablito en Jujuy, el jefe porteño pasó por Córdoba. Visitó al diputado Mario Negri, que se repone de una afección cardíaca, y después almorzó con los legisladores Luis Juez y (hoy el mejor posicionado para disputar la Gobernación) y Rodrigo De Loredo. Solo hay que recordar que la ingobernable interna de la UCR cordobesa los llevó a dividirse en 2019 para terminar perdiendo la elección provincial y hasta la estratégica intendencia de Córdoba capital.

Otra de las provincias donde asoma el conflicto es Mendoza. Sobre todo porque el senador radical Alfredo Cornejo, un aliado firme de Patricia Bullrich, decidió reincidir y volver a pelear por la Gobernación. Rodríguez Larreta apoya en la provincia al diputado PRO, Omar De Marchi, quien está decidido a enfrentar a Cornejo en las PASO. Macri y Bullrich preferirían un acuerdo, aunque beneficie al candidato radical. No será fácil resolverlo.

De todos modos, resolver Córdoba y Mendoza podrían ser un juego de niños al lado de la ingeniería política que requerirá encontrar una solución para las candidaturas de la Ciudad de Buenos Aires, donde gobierna el PRO desde hace dieciseis años.

Ya se sabe que Rodríguez Larreta tiene un acuerdo con Martín Lousteau para permitirle competir en las PASO dentro de Juntos por el Cambio, pero Bullrich (y también Macri, claro) le piden que el gobierno de la Ciudad siga en manos del PRO. Allí el larretismo levanta la figura del ministro de Salud, Fernán Quirós, aunque mantiene sus expectativas Jorge Macri. Algunos creen que una solución salomónica podría ser la candidatura de María Eugenia Vidal, aunque la ex gobernadora lo desecha porque continúa sosteniendo la posibilidad de una candidatura presidencial.

La misma incertidumbre rodea a la provincia de Buenos Aires. Aunque aquí Rodríguez Larreta cuenta con la ventaja de tener al candidato a gobernador que mejor mide en las encuestas: el diputado Diego Santilli, quien se acaba de lanzar oficialmente con una campaña en las redes sociales y el hashtag #faltamenos.

Sin embargo, por ahora le plantan batalla Cristián Ritondo (cercano a Macri y a Vidal), y los tres candidatos de Bullrich: los intendentes Javier Iguacel y Néstor Grindetti, y el senador provincial Joaquín de la Torre. ¿Habrá interna o acuerdo? Si hay PASO presidencial, lo más probable es que también haya confrontación de varios candidatos en el territorio bonaerense.

El gran dilema para Juntos por el Cambio pasa, en primera instancia, por la decisión de Mauricio Macri. El ex presidente debe definir si se posiciona como uno más en la competencia dispuesto a pelear en la interna por tener ese “segundo tiempo” que promueve en sus libros. O si adopta un rol de referente institucional opositor, facilitando la renovación generacional en la coalición y ayudando a promover a los mejores candidatos.

Ese es el paso que nunca dieron Raúl Alfonsín en la UCR ni Carlos Menem en el peronismo. Prefirieron la derrota partidaria a que un heredero les hiciera sombra. Cristina Kirchner, en cambio, eligió un candidato al que condicionó al extremo (Daniel Scioli) y cometió el error de promover a Alberto Fernández: un delegado que no le resolvió sus flancos judiciales, y que cierra la peor de las gestiones presidenciales en estos 40 años de democracia.

Tan gigantesco es el paso en falso de Cristina, que ha tenido que inventar el fantasma de la proscripción sobre su figura para evitar que Alberto se cuelgue de la bandera de la reelección.

Pero ya nadie, ni siquiera Aníbal Fernández, se anima a sostener en público la falacia de la proscripción. Ni tampoco hará falta. Este domingo, Cristina cumplió 70 años, la edad exacta en la que los condenados pueden dejar de transitar sus días en la cárcel.

Si alguna vez, la Justicia termina confirmando su condena a prisión por la causa Vialidad, la Vicepresidenta podría completar el arresto en cualquiera de sus elegantes domicilios: en Buenos Aires o en la Patagonia. Sin la épica, claro, que hubiera preferido.

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