César Milstein recibió el premio Nobel de Medicina un día como hoy, pero de 1984, hace exactamente 40 años. Su investigación sobre anticuerpos monoclonales lo llevó a ganar el máximo galardón internacional, el último que obtuvo un argentino, y su aporte significó un antes y un después para el diagnóstico y el tratamiento de un sinfín de enfermedades.
Orgulloso de sus orígenes y defensor de la educación pública, Milstein desarrolló una técnica para crear anticuerpos homogéneos en el laboratorio con idéntica estructura química: los anticuerpos monoclonales. El descubrimiento consistió en la producción de esos anticuerpos capaces de atacar sustancias invasoras en el cuerpo para dirigirse específicamente a un tipo de células preseleccionadas.
Así, revolucionó el campo de la inmunología y de la farmacología con un amplísimo uso, que incluye métodos de diagnóstico de distintas enfermedades, producción de vacunas y tratamientos contra el cáncer, entre otros.
“Es muy difícil encontrar una patología en la que los anticuerpos monoclonales no cumplan un rol, ya sea por el diagnóstico o el tratamiento. Al menos el 40% de los tratamientos que se usan en fármaco medicina tienen directa o indirectamente que ver con la capacidad de predecir, diagnosticar o tratar a pacientes con anticuerpos monoclonales. Es la herramienta que más se está utilizando”, explicó por su parte el doctor en Bioquímica (UBA), Jorge Geffner, en el marco de un especial sobre Milstein realizado en 2023 en la TV Pública.
Su camino en la ciencia
Nacido en Bahía Blanca el 8 de octubre de 1927, la curiosidad de César Milstein por la ciencia se despertó cuando apenas era un niño en edad escolar. Una prima mayor había estudiado Química y sus relatos en la mesa familiar lo apasionaban. Más tarde, su madre le regaló “Los cazadores de Microbios” de Paul de Kruif, que contenía biografías de científicos, y casi sin saberlo terminó de moldear su destino. “Era como un libro de aventuras para mí”, dijo en una entrevista.
Pese a que no le había gustado mucho estudiar en el colegio, decidió mudarse a Buenos Aires y comenzar la carrera de Química en la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), donde se recibió en 1952, a los 25 años. Cuatro años más tarde se doctoró bajo la dirección de Andrés Stopanni, a quien siempre reconoció como su gran maestro. Milstein recordaba con mucho cariño sus años facultativos, sobre todo, por su militancia en el centro de estudiantes.
“Toda mi educación la hice en la Argentina. No es solo una cuestión de nivel, sino de calidad, de la forma en las que las cosas pasan, y de la formación de una personalidad”, dijo en un reportaje. “Una de las cosas que creo que tuvo una importancia muy grande en mi formación fueron las luchas estudiantiles, yo era un reformista, un militante de la reforma universitaria, un entusiasta”, recordó.
Luego de recibirse, el Instituto Nacional de Microbiología “Carlos Gregorio Malbrán” convocó a un concurso para incorporar cargos de investigación científica con dedicación exclusiva. Milstein se postuló y lo ganó, pero también obtuvo una beca de la Universidad de Cambridge, por lo que resolvió pedir licencia y viajar. En Inglaterra se posdoctoró en 1960 bajo la dirección de Frederick Sanger, dos veces ganador del Nobel de Química.
Cuando obtuvo su nuevo título regresó a la Argentina para hacerse cargo de la División de Biología Molecular del Malbrán. Eran tiempos dorados para la ciencia en el país, donde había grandes avances y descubrimientos, que eran publicados por prestigiosas revistas internacionales. Pero ese esplendor se vio interrumpido con el golpe de Estado cívico militar que en 1962 destituyó a Arturo Frondizi.
Los militares intervinieron el Malbrán, echaron a su director Ignacio Pirosky y César Milstein, quien siempre había mostrado gran lucidez y compromiso en su época, resolvió renunciar para no convalidar la injusticia.
Fue entonces cuando volvió a Inglaterra, se contactó con su antiguo director de tesis y se sumó a su equipo en el Laboratorio de Biología Molecular de la Universidad de Cambridge, donde fue nombrado jefe de la División de Química, Proteínas y Ácidos Nucleicos. Allí, junto con su colega Georges Köhler, se dedicó a investigar el sistema inmunológico, más precisamente, a analizar las inmunoglobulinas para entender el proceso por el cual la sangre produce anticuerpos.
El máximo galardón
A principios de los 80, el nombre de Milstein ya sonaba fuerte como ganador del Nobel, premio que finalmente llegó en 1984. La primera en conocer la noticia fue su esposa Celia, quien también era científica, al recibir un llamado telefónico de un miembro de la Real Academia Sueca de Ciencias. Él se enteró mientras estaba dando clases en la Universidad de Cambridge.
Desde entonces, las empresas de biotecnología han ganado millones aplicando el hallazgo en diferentes áreas, pero a pesar de que el descubrimiento lo hubiera hecho rico, Milstein no quiso patentarlo por considerarlo patrimonio de toda la humanidad.
Cuando distintos colegas le pedían muestras de su trabajo en todo el mundo para continuar sus investigaciones, él confiado en la buena voluntad, solo pedía reconocer y citar el origen del hallazgo y no cederlo a terceros. Pero, un año después, Hilary Koprowski, un científico de origen polaco radicado en Estados Unidos, patentó el descubrimiento como propio y se hizo millonario.
“Mi vida profesional ha sido una aventura constante, una aventura del espíritu, del descubrimiento y de la invención. La aventura del conocimiento. La fascinación que ejerce lo desconocido sobre el espíritu humano, nos empuja hacia los poderes escondidos y secretos de la naturaleza”. Así resumía César Milstein su pasión por la ciencia, que ponía por encima de toda ganancia personal.
En 1987, regresó a Bahía Blanca, donde fue declarado Ciudadano Ilustre y recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Sur. En 1993 fue distinguido junto a René Favaloro con el premio Konex de Brillante como las figuras de la década en Ciencia y Tecnología Argentina.
El 15 de diciembre de 1999 dio una de sus últimas conferencias a jóvenes en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, que tituló “La curiosidad como fuente de riqueza”. El 24 de marzo de 2002, César Milstein, el último premio Nobel argentino, falleció a los 74 años en Cambridge por un problema cardíaco, pero su paso por el mundo sirvió para salvar incontables vidas. (DIB) MCH