En este octubre especial por ser el mes de la campaña nacional de concientización y prevención del cáncer de mama, María de los Ángeles Simoni, Coy nos contó su conmovedora y fascinante historia de vida, mientras hoy, además de seguir en su profesión, planea crear un grupo de autoayuda para enfermos oncológicos
María de los Ángeles Simoni, enfermera de profesión, también es mamá. Esto no tendría nada de sorprendente si no fuese por el hecho de que Coy, como todos la conocen, afrontó su segundo embarazo, muy deseado y buscado, con un diagnóstico de un cáncer de mama de tipo maligno.
Contó en Radio Rojas su historia, una historia que, claramente, imbrica con este mes de octubre en el cual, además de ser el mes del año dedicado a la concientización sobre el cáncer de mama, también contiene en su decurso el Día de la Madre.
Esta es su historia…
“NACÍ PARA SER ENFERMERA”
“Estoy por cumplir 46 años. Cuando entré al hospital lo hice con un ambo blanco, ya que no existían los colores, sin hijos, soltera, dos trabajos, y un respeto total por esas paredes que me vieron nacer y me dieron todo, todos los instrumentos para que lograra ser una enfermera, después, el corazón, venía conmigo. Soy enfermera porque mi papá, cuando se enferma de cáncer y muere muy tempranamente a los 50 años, me dijo un día que tenía que ser enfermera. Pero me pasaba que veía sangre y lloraba, no sabía lo que era el trabajo de enfermería, y que no solo se trataba de curar, sino que también era contener, acompañar. Me acuerdo cuando enviudaron mis abuelas, que fue cuando eran jóvenes, y también fui a acompañarlas. Y cuando se va mi papá, yo tenía 21 años, y se abre el curso de enfermería, así que me largué a hacerlo, y hoy estoy estudiando el profesional de enfermería, que es algo que tenía postergado. Amo ser enfermera, no sé hacer nada con mis manos, no se coser, no se bordar, aunque tengo una hermana que sabe hacer de todo, o sea que de eso no heredé nada, ni de la parte de los Simoni ni de la parte de los Lobártolo, yo no sé hacer otra cosa que ser enfermera. Nací para ser enfermera y para ser la mamá de Joaquín y Elena, no sé hacer otra cosa”.
LAS HERMOSAS MENTIROSAS
“El grupo me recibió bárbaro, gracias a Dios pertenecí a un hospital al que venían enfermeros con mucha experiencia, esos enfermeros estaban acostumbrados a trabajar mucho en soledad porque en aquellos tiempos no había médicos de guardia activa, sí en la guardia, pero no había un pediatra en la guardia activa y el quirófano estaba de guardia pasiva, entonces uno empieza a preguntar y acostumbrarse a trabajar solo. Es cierto que había mucha soledad, pero a su vez había mucho compañerismo entre nosotros, porque levantábamos el teléfono interno y siempre había alguien del otro lado. Por eso digo que para ser lo que soy hoy le debo mucho a mis compañeros que me recibieron, y son muchísimos. De todos tomé algo, algunos no están hoy, me tocó ser su compañera, después atenderlos y despedirlos… Creo que las enfermeras somos las personas más mentirosas del mundo, porque tratamos de que el paciente no note en nosotras absolutamente nada; somos las hermosas mentirosas, tratamos de que el paciente no se entere lo que está pasando del otro lado, donde llegan los estudios para el médico, que está cerrando el diagnóstico que le va a dar a conocer. Mientras tanto estamos nosotras allí brindándole acompañamiento”.
DEL OTRO LADO DE LA BARRA
“Y también me tocó ser una paciente, varias veces, me tocó ser paciente en otras ciudades como Buenos Aires y Junín, donde no era la Coi, era un numerito más, y puedo asegurar que nuestro hospital tiene muy buen recurso humano y nos conocemos todos. Entonces es muy difícil no pegarse al paciente, no pegarse a su historia, a su familia, a que te golpeen la puerta para verlo un ratito, y uno trata de ver la manera para que no te vayas sin ver ni a tu madre, ni a tu hermano. Desde este lado he visto hijos despedir madres, madres despedir hijos, he visto hermanos despedir hermanos, y hace diez años me pasó que vi a un hijo despedir a su mamá y fue terrible, fue pararme en el medio de la terapia y pensar en lo duro que es despedir a la persona que te dio la vida. En todos estos años tuve como una transición con todo lo que me ha pasado y con todo lo que he visto, y más allá de que es imposible que las cosas no te atraviesen, es como que las vamos sorteando de otra manera, aunque me quedé muy pegada a aquel momento, cuando a ese hijo se le murió la única persona que iba a amarlo toda su vida, con ese amor incondicional que solo tenemos las mamás. Él no la podía soltar y uno respeta mucho esos momentos, y obviamente se nos caían las lágrimas. Me acuerdo la primera vez que me tocó vivir un momento difícil en cuanto a las despedidas, cuando por suerte tuve un compañero que me acompañó, porque no sabía bien cómo era. También estaba muy pegado el médico de guardia para no dejarnos solas, porque no se trata solamente de la muerte del paciente, sino también del dolor de la familia, a la que hay que contener, cuidar, calmar. Todos sabemos que cuando se comunica que alguien falleció a esa persona no las ves más, y por eso siempre les comento a los estudiantes de enfermería que tenemos el privilegio de estar con las personas hasta el final. Es un gran privilegio que considero que Dios me dio”.
UN MOMENTO DESEQUILIBRANTE
“Estaba trabajando en dos lugares, porque durante muchos años hice enfermería también en Monsanto, y ya tenía algo en mi mama que no sabía qué era. Mientras tanto me casé en diciembre con el papá de mis hijos, con quien ya teníamos a Joaquín y decidimos casarnos. En enero me embarazo, un embarazo que había buscado, y en marzo el doctor (Paulo) Silveira me dijo que me fuera tranquila de vacaciones para luego hacer todos los controles a la vuelta. Le muestro el nódulo que tenía en la mama y me dice de hacer una ecografía para ver qué era porque en la palpación no encontró nada, pero cuando me hacen las imágenes encuentran el tumor. Tenía 34 años, estaba cursando un embarazo de dos semanas, y se me vino el mundo abajo. Cuando me hicieron la ecografía de la mama Joaquín estaba en la escuela, así que el papá lo fue a buscar para que lo viésemos juntos, y cuando el doctor comienza con el estudio aparece esto. Yo miraba su cara y notaba que había algo raro. Entonces volvió el papá con el nene y me vieron llorar, hasta que nos pidieron que apartáramos a Joaquín y nos dio el diagnóstico. No conozco la ira, pero sí la desesperanza, y ese día me acuerdo que les pedí a los doctores que me llevaran a un lugar para gritar, así que empecé a canjear cosas con Dios, a preguntarle qué quería de mi para que me dejara vivir para mis hijos. Tardé mucho en entender muchas cosas de la vida y creo que algo pude haber entendido, por eso estoy con un proyecto en mente para los enfermos de cáncer y para las familias, sería un grupo de ayuda, para ello ya hablé con la dirección del hospital y con el Padre Gustavo para que me ayuden, y no se trata de hablar de enfermería, o la de patología: es sostenerse, porque cuando empezamos a preguntarnos el porqué, las respuestas no aparecen”.
UNA ELECCIÓN DECISIVA
“Era la primera etapa del embarazo y tenía que hacerme un tratamiento, era conciente de eso, y también conocí que el cáncer era malo, me lo descubrieron el 13 de marzo y el 21 estaba operada, porque en estos casos la cirugía resuelve bastante. Me operan con Elena en la panza, lo cual fue muy duro, porque había que pensar en qué había pasado con ella en la panza siendo que yo había recibido anestesia. Pasó la cirugía y el vaciamiento axilar, y como el turmo era malo había que hacer el tratamiento oncológico. Tenía un tío cursando un cáncer con una oncóloga en Junín, entonces le dijo al papá de mis hijos que me llevara a Junín para tratarme también con ella, que era una médica que dependía del Hospital Italiano, así que allá fui y lo primero que le pregunté era si mi bebé iba a nacer, porque está claro que en ese momento tenía sentimientos encontrados: por un lado la esperada maternidad, y ni hablar cuando me enteré que era una nena; y por el otro estaba mi problema de salud. Además fue muy duro esperar que nazca la beba, porque durante ese período no podía hacer el tratamiento oncológico, y tampoco podía trabajar. Durante el tratamiento hubo mucha incertidumbre porque no sabía qué iba a pasar con mi vida, más aún cuando había parado el tratamiento para tener a Elena. El de cáncer es un diagnóstico para la familia también: para los hijos, para las parejas; de hecho hoy estoy separada del papá de los nenes, pero entiendo que su lugar no fue fácil, tenía que contenerme a mí, ver la tristeza de mi hijo varón, a quien se lo contaron todo en la escuela y estoy agradecida al gabinete que lo ayudó un montón junto con las docentes. También fuimos a la psicóloga para ver la manera de abordarlo, y ella me aconsejó que le mostrara mi mama, y que saliera de mi boca lo que pasaba. Pienso a la distancia que debe haber sido muy duro para él…”
LA LLEGADA DE ELENA
“Cuando llegó Elena al mundo estaba medio shockeada, no pude disfrutar ese nacimiento como cualquier otra mamá, porque me habían sacado de mi zona de confort para llevarme a Junín, cuando acá en el hospital estaba como en casa. Elena fue prematura, aunque solo necesitó de la neo algunas horas y le iba a dar de mamar, pero el equipo luego decidió que no porque psicológicamente no nos iba a hacer bien. Al tercer día, con los puntos de la cesárea, me hicieron una ecografía de marcación para ver donde hacían los rayos y a la semana los estaba haciendo. Me seguía sintiendo muy triste, odiaba el lugar donde me tenía que hacer los rayos, todo lo que tenía que ver con Junín me hacía mal. Me enojé muchísimo con esta patología porque sentía que no la merecía en aquel momento, y hoy valoro lo que fue el acompañamiento de las enfermeras, lo que significa el trabajo de las enfermeras”.
LA VIDA DE COY
“Hoy siento que ya no estoy enojada, pero sí es una enfermedad que respeto muchísimo; también acompaño, compadezco: hoy sé lo que se siente. Aunque todo el entorno te empuje y te diga que todo va estar bien uno por dentro siente cosas que no son lindas, pero por suerte todo estuvo bien en mi caso, porque Elena cumplió 11 años y te lo estoy contando hoy en la radio, Joaquín está estudiando y le va bien. Creo que estas patologías vienen a nuestras vidas para que aprendamos muchas cosas. En ese sentido cuando me toca acompañar a un enfermo de cáncer lo hago desde otro lugar. Joaquín está estudiando en Rosario, está haciendo programación en la UTN y le va muy bien, y Elena es hija de Dios. Son distintos pero no tengo preferencias: ellas es una gran compañera de vida, que llegó para no dejarme sola, es dulce, es buena, es compasiva, incluso me acompaña a hacer los domicilios, no le da impresión nada. Sólo quiero que sean felices, y les digo siempre que no lloren nunca en la vida por algo que se puede resolver, porque después la vida se encarga de hacernos llorar por algunas otras cosas. Por eso pido vivir para estar al lado de mis hijos”.