«Cuántos, lo sabemos, usan la fe para aprovecharse de la gente. Eso no es fe», aseguró el Papa Francisco en la misa que reunió a 8.500 fieles en la plaza Unidad de Italia de Trieste adonde viajó este domingo para participar en la 50ª Semana Social Católica, que arrancó en esa ciudad portuaria el 3 de julio.
Francisco instó a los fieles a «escandalizarse» ante las miserias del mundo y aseguró que la fe es «inquieta» al tiempo que «acaricia la vida de las personas» y «disipa los cálculos del egoísmo humano».
También afirmó que la fe también «denuncia el mal, señala con el dedo la injusticia y perturba las tramas de quienes, a la sombra del poder, juegan con la piel de los débiles»
Jesús rechazado en Nazaret
El Papa se refirió al ejemplo de Jesús que “vive la misma experiencia que los profetas. Vuelve a Nazaret, su patria, entre la gente con la que creció, y sin embargo no es reconocido, incluso es rechazado: Vino entre los suyos, y los suyos no le recibieron (Jn 1,11)”.
Precisado que el rechazo a Jesús, era por su humanidad: “El obstáculo que impide a esta gente reconocer la presencia de Dios en Jesús es el hecho de que es humano, es simplemente el hijo de José el carpintero”.
“Hermanos y hermanas, éste es el escándalo -expresó Francisco-: una fe basada en un Dios humano, que se abaja hasta la humanidad, que se preocupa por ella, que se conmueve por nuestras heridas, que toma sobre sí nuestro cansancio, que se parte como pan por nosotros”.
El escándalo de la fe
E invitando a ponernos ante el Señor y mirando los conflictos sociales de la actualidad, el Papa Francisco señaló “que hoy necesitamos precisamente esto: el escándalo de la fe. No de una religiosidad encerrada en sí misma, que levanta la mirada al cielo sin preocuparse de lo que ocurre en la tierra y celebra liturgias en el templo olvidándose del polvo que corre por nuestras calles”.
El Pontífice explicó que “el escándalo de la fe”, es “una fe enraizada en el Dios que se hizo hombre y, por tanto, una fe humana, una fe de carne, que entra en la historia, que acaricia la vida de las personas, que cura los corazones rotos, que se convierte en levadura de esperanza y semilla de un mundo nuevo”.
Agregó, además, que “es una fe que despierta las conciencias de su letargo, que pone el dedo en las llagas de la sociedad, que plantea interrogantes sobre el futuro del hombre y de la historia; es una fe inquieta, que ayuda a superar la mediocridad y la pereza del corazón, que se convierte en espina clavada en la carne de una sociedad a menudo anestesiada y aturdida por el consumismo. Es, sobre todo -insistió Francisco-, una fe que disipa los cálculos del egoísmo humano, que denuncia el mal, que señala con el dedo la injusticia, que perturba las tramas de quienes, a la sombra del poder, juegan con la piel de los débiles”.
El Papa aseguró también “la infinitud de Dios se esconde en la miseria humana, el Señor se agita y se hace presencia amiga precisamente en la carne herida de los últimos, los olvidados y los descartados”.
Por ello, advirtió sobre el escándalo innecesario ante las pequeñeces. Y pidió por el contario preguntarse: ¿por qué no nos escandalizamos del mal rampante, de la vida humillada, de los problemas del trabajo, del sufrimiento de los emigrantes? ¿Por qué permanecemos apáticos e indiferentes ante las injusticias del mundo?
Exhortó el Santo Padre a ser profetas y testigos del Reino de Dios, en la vida cotidiana. Como “Jesús vivió en su propia carne la profecía de la cotidianidad, entrando en la vida cotidiana y en las historias de la gente, manifestando la compasión de Dios dentro de los asuntos humanos y frágiles de la humanidad herida. Y por eso, algunos se escandalizaron de Él”, dijo.
“Estamos llamados a ser profetas y testigos del Reino de Dios, en cada situación que vivimos, en cada lugar que habitamos”.
Finalizó su homilía en Trieste, invitando a alimentar “el sueño de una nueva civilización fundada en la paz y la fraternidad; no nos escandalicemos de Jesús sino, al contrario, indignémonos ante todas aquellas situaciones en las que la vida es brutalizada, herida y asesinada”.
“Llevemos la profecía del Evangelio en nuestra carne, con nuestras opciones antes que con las palabras”.